
Senegal en moto: Una experiencia inolvidable.
En esta ocasión nuestra aventura comenzó muy pronto. Llegamos en un vuelo procedente de Lisboa a las 03:15 de la madrugada, algo cansados, pero con la emoción que suponía para muchos de nosotros estar en África por primera vez.
Tras el traslado al hotel en una furgoneta que se caía a trozos y que -sin nosotros saberlo- sería una premonición de las dificultades logísticas de esta expedición, nos reunimos a las 7:00 para repasar la ruta.
Una vez equipados con nuestra ropa de enduro y montados en nuestras motos, partimos desde el Lago Rosa, a 30 kilómetros de Dakar, con el objetivo de llegar a Kaolak.
Al llegar al Lago Rosa nos quedamos con la boca abierta ya que realmente hacía honor a su nombre. Su color rosáceo es debido a un alga llamada Dunaliella salina que le da un aspecto de otro planeta.
Pero todavía nos quedaba mucho por recorrer así que empezamos una larga ruta de 240 kilómetros por caminos arenosos sorteando espectaculares baobabs gigantes hasta llegar a las marismas de Kaolak acompañados de inmensas bandadas de flamencos. Algo realmente extraordinario.
El segundo día fue el más duro. Nos adentramos en el Sahel, la frontera sur del Sáhara, una región semi árida presente en la franja subtropical que ocupan Senegal, Mauritania, Mali, Burkina Faso, Níger, Nigeria, Chad, Sudan y Eritrea.
Nuestro objetivo era llegar todos a Velingara tras recorrer 280 kilómetros, pero no pudo ser. El día estuvo marcado por caídas, lesiones, evacuaciones en ambulancia a Dakar y abandonos.
Cuando ocurre algo así viajando con tus amigos lo primero que piensas es en no dejarlos atrás, en quizás abandonar también, pero son ellos mismos los que te alientan a seguir y te dan fuerzas para continuar y vivirlo por ellos.
Para acabar con un día nefasto, los que quedábamos tuvimos que pilotar los últimos 40 kilómetros en total oscuridad, llegando al campamento de Velingara a medianoche.
El tercer día tocaba la etapa reina: 320 kilómetros hasta llegar a la ciudad colonial de St. Louis.
Conscientes de lo ocurrido el día anterior, pilotamos por el Sahel priorizando la seguridad y aprovechando el trazo de los surcos dejados por los carromatos tirados por burros.
Una vez en St. Louis, pudimos disfrutar de un merecido descanso en un hotel al que solamente podía accederse por mar, en el que brindamos por los que no estaban y por la satisfacción de haber llegado.
En la etapa 4 solamente quedábamos dos pilotos de los siete que habíamos empezado el viaje.
La ruta volvía a ser complicada: 120 kilómetros de recorrido por dunas.
Con paciencia y constantemente pendientes de la orografía del terreno, llegamos al campamento física y mentalmente agotados, dónde devoramos un cordero a la leña como si hiciese días que no probábamos bocado.
El último día volvimos al Lago Rosa siguiendo la mítica etapa del antiguo Rally Paris-Dakar, pilotando más de 100 km por la playa bordeando la orilla del mar. Una vez en el Lago Rosa nos hicimos la foto de rigor en lo que queda del podio de esta célebre carrera que se celebró desde 1979 hasta 2007.
Lo mejor de llegar a Dakar fue podernos reencontrar con el resto de compañeros y saber que estaban bien. Y comer, beber e incluso tímidamente proponer nuestra siguiente aventura.